Europa: un continente atormentado por la sombra de una tercera guerra mundial
Madrid, 3 de noviembre de 2025 — Siete de cada diez personas en el mundo considera que la probabilidad de una tercera guerra mundial podría materializarse durante el próximo cuarto de siglo. Así lo indicaba una encuesta de Ipsos realizada en el marco del Halifax International Security Forum en 2022. En España, esa cifra se eleva hasta el 75 %. Las principales razones citada por los encuestados incluían la invasión de Ucrania y el alza del precio de las materias primas y la energía.
Aunque la guerra en Ucrania continúa, el panorama geopolítico ha mutado profundamente. La crisis localizada en Europa del Este ha derivado en una reconfiguración estructural del orden internacional. Hoy, las amenazas a la seguridad europea ya no se limitan a sus fronteras: se entrelazan con la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y las potencias que desafían el statu quo (China, Rusia, Irán o Corea del Norte) y con una creciente inestabilidad global que ha devuelto al continente la sensación de vulnerabilidad perdida.
Rusia y Occidente: el inicio de una nueva era de confrontación global
El legado de la posguerra fría dejó un mundo dividido entre el bloque liberal liderado por Washington y el espacio postsoviético que Moscú trató de preservar, notoriamente con la Comunidad de Estados Independientes. Con el colapso de la URSS en 1991, muchos creyeron que la historia había llegado a su “fin” y que el modelo occidental había triunfado definitivamente.
Tal como ocurre en muchos procesos de redefinición de fronteras, la disolución de la Unión Soviética en 1991 generó importantes tensiones políticas, identitarias y territoriales en el espacio postsoviético. En el caso de Ucrania, la coexistencia de regiones con fuertes vínculos culturales y lingüísticos con Rusia ( Donetsk y Lugansk) se convirtió en una fuente persistente de conflicto. Estas tensiones se intensificaron tras las protestas del Euromaidán (2013-2014), un movimiento europeísta que se produjo tras la suspensión del acuerdo de asociación entre Ucrania y la UE que condujo a la caída del presidente Víktor Yanukóvich, cercano a Moscú. En respuesta, Rusia anexó la península de Crimea en marzo de 2014 con el propósito de proteger la población rusófila del territorio y apoyó a los movimientos separatistas prorrusos en el Donbás, desencadenando una guerra entre el 2014 y 2021. Los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015 detuvieron los combates, pero los enfrentamientos siguieron siendo esporádicos.
Desde entonces, las tensiones entre Rusia y las potencias europeas imbuídas en la idiosincrasia occidental, han coexistido en un marco internacional marcado por la desconfianza mutua. La relación entre Rusia y la Unión Europea se deterioró progresivamente: la UE impuso sanciones económicas tras la anexión de Crimea y tras el estallido de la guerra en Ucrania consiguió reducir del 40 al 11% su importación de gas ruso por gasoducto en 2024. Paralelamente la controversia que rodeaba proyectos como Nord Stream 2 se convirtieron en símbolos de la ambigüedad europea hacia el Kremlin: una cooperación económica basada en la necesidad energética, pero minada por profundas discrepancias ideológicas.
En cuanto a las relaciones con Estados Unidos después de la caída de la URSS, la relación relativamente amistosa y enfocada la limitación del uso de armas nucleares se deterioraron progresivamente tras una serie de acontecimientos: bombardeo de la OTAN a Yugoslavia, Intervención de Rusia en Siria y las acusaciones de interferencias en las elecciones presidenciales de EE. UU en 2016.
Por otro lado, la expansión progresiva OTAN hacia Europa del Este y la ruptura de tratados clave, como el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (vetó el uso y posesión, por parte de ambas naciones, de misiles balísticos y de crucero terrestres, tanto nucleares como convencionales y de sus respectivos lanzadores, con un alcance comprendido entre 1,000 y 5,500 kilómetros) en 2019, alimentaron en Rusia la percepción de un cerco estratégico
La invasión de Ucrania en febrero de 2022 materializó esa tensión latente y marcó el regreso de la guerra convencional al corazón del continente europeo, sellando la fractura definitiva entre Rusia y Occidente, y reconfigurando el orden internacional en torno a una nueva confrontación geopolítica.
Europa en transición: la reconfiguración estratégica de la UE en la era del rearme
Desde entonces, Europa se enfrenta a su hora más oscura desde 1945. El ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN ha sellado el fin de la neutralidad nórdica y consolidado el retorno a una lógica de bloques.
El gasto medio en defensa de los Estados miembros de la Unión Europea aumentó un 19 % en 2024 respecto a 2023 y la sombra del estallido de una posible tercera guerra mundial ha tomado de asalto la consciencia colectiva europea. Con el objetivo de contener las amenazas emergentes, la Unión Europea ha emprendido un profundo proceso de redefinición estratégica: ha reforzado sus capacidades militares y se ha empezado a plantear la necesidad de una autonomía de defensa europea que complemente a la Alianza Atlántica.
Esta visión se materializó con la aprobación por parte de Bruselas, en 2022, del plan de la Brújula Estratégica, un documento que ofrece una perspectiva holística de los desafíos actuales de la Unión y establece un calendario concreto de medidas destinadas a fortalecer su capacidad de decisión en materia de seguridad y defensa.
Desde una perspectiva europea, el temor a una tercera guerra mundial refleja tanto una amenaza militar como una crisis identitaria del propio proyecto europeo. La Europa de la posguerra, concebida para conciliar posturas y desterrar el conflicto armado de su territorio, vuelve a verse rodeada por tensiones que escapan su control. Su dependencia de Estados Unidos en términos comerciales, energéticos, diplomáticos entre otros limita su autonomía, mientras las grandes potencias reconfiguran el orden mundial a su alrededor. En este contexto, el continente vuelve a convertirse en el escenario central de una confrontación indirecta entre Washington y el Kremlin (o más ampliamente, entre las posturas de los países del Este y de Occidente) una pugna que podría no solo determinar el futuro del continente, sino también reescribir el curso de la historia a escala global.
Así, el continente se encuentra en un momento crucial en la reconfiguración del escenario internacional. La guerra en Ucrania no es un mero tema territorial, sino que es más bien el reflejo de un cambio de era: la transición hacia un orden mundial multipolar, que es más inestable, más consolidado y susceptible a choques entre potencias, lo que rememora al periodo de entre guerras. La Unión Europea no puede limitarse a responder solo con contención militar, es fundamental que revise su papel como actor político global y que refuerce su soberanía estratégica dentro de un mundo propenso a la fragmentación geopolítica.